Capítulo IX
Manos que te guían en la oscuridad
Alvitr llegó a la aldea cuando yo me encontraba inconsciente; había sido notificada sobre la muerte de mi padre y sobre mi estado de salud, lo cual la hizo apresurarse a llegar para atenderme y mostrar sus respetos a mi padre. Se había convertido en una mujer verdaderamente hermosa, por la cual se habrían librado guerras y forjado canciones, pero ella se tomaba el tiempo para ir a curar a un pobre tonto como yo. Cuando se adentró en el pueblo, se topó con mi madre, que seguía con la mirada perdida, acunando en su regazo una vieja capa de piel de oso que pertenecía a mi padre.
Saludó a la desconsolada mujer con un asentimiento de cabeza, pero esta ni siquiera le prestó atención; sus ojos permanecían clavados en las llamas de la pira de mi padre, añorando tiempos mejores cuando aún tenía una familia. Mi padre odiaba el agua; la enfrentaba porque era necesario, pero siempre dijo que, cuando muriera, debía ser quemado. Sus restos serían libres en el viento, según sus propias palabras. «El agua te pudre, pero en el viento siempre encontrarás la paz», decía.
La casa de mi familia no tenía ningún fuego encendido, no había ninguna fuente de luz que iluminase el interior; el frío del invierno se te metía por la piel y calaba hasta los huesos en aquella morada abandonada. Ella encendió una antorcha que se encontraba en la entrada y se aventuró en las sombras.
Una versión lastimada y deprimida de mí se encontraba tendida en el suelo de madera. Mis heridas habían sido curadas de manera muy mediocre. «Probablemente rechazó toda ayuda después del combate», pensó ella. Mi rostro todavía estaba lleno de heridas que no estaban sanando bien.
Cuando un hombre construye una imagen de sí mismo, su existencia gira en torno a esto. Nuestros propios principios y acciones determinan la naturaleza de nuestra humanidad. Pero cuando yo asesiné a mi padre Ulfrick a sangre fría, algo dentro de mi psique terminó por romperse, una pequeña hendidura en mi mente que se había formado cuando solo era un niño y que fue expandiéndose con el pasar de los años, fracturando poco a poco mi estado mental y llevándome al abismo más profundo que solo la tristeza puede crear.
Me encontraba de rodillas en una inmensa oscuridad, mi piel brillaba tenuemente, producto de la poca luz que quedaba en mi alma, contenida en un cúmulo de pequeños recuerdos felices que se encontraban más allá del horizonte del tiempo. No había fuerza que pudiera mover mis brazos, no había ni un sonido que escapase de mi garganta; cualquier vitalidad que pudiera haber tenido en mi cuerpo me había abandonado hace tiempo, dejándome solo y marchito en aquella umbría prisión. No había nada a mi alrededor, ni la más mínima brisa, ni una sola luz, solo un mundo vacío y oscuro.
Cuando parpadeé, una sombra apareció frente a mí; no era mucho más grande que yo, podía verla al mismo nivel, de hecho, tenía una forma idéntica a la mía, pero no había ni un solo rastro de vida en ella. Era un hombre que yacía de rodillas frente a mí, con la misma postura y con unos ojos azules brillantes observándome detenidamente. Antes de que yo pudiera decir nada, la sombra habló.
—Qué visión tan lamentable, te considerabas un rey predestinado y ahora solo eres un despojo que se pudre poco a poco en su propia mierda. ¿Dónde quedó aquel guerrero que entrenó durante años?; oh, yo sé la respuesta, murió con su padre, en una tonta y fútil batalla que no sirvió para nada. Mírame, idiota, defraudaste a todos tus maestros, defraudaste a todos tus amigos, incluso me defraudaste a mí —lanzó la sombra, con una violencia que golpeó como un martillo incandescente el corazón de Ragnar.
Alcé la vista poco a poco, mis ojos estaban desorbitados por las palabras tan crueles que había escuchado. No recordaba haber obtenido un enemigo que supiera atacar un punto tan débil, pero cuando nuestras miradas se encontraron, mi visión solo pudo atisbar mi propio rostro frente a mí, un rostro demacrado y famélico, corroído por los males que solo una vida llena de mierda puede causar; una versión de mí mismo que ya había fallado, la suma de todos mis pecados, la manifestación de todos mis miedos e inseguridades se encontraba frente a mí, mirándome con una sonrisa burlona por la que rezumaba un espeso líquido negro.
Una luz comenzó a brillar por encima de nosotros; era la luz más hermosa que había visto nunca, el fulgor era como un fuego que calcinaba todo a su paso. La sombra que se encontraba frente a mí comenzó a desintegrarse, pero antes de desaparecer, con una sonrisa en el rostro, me dijo tranquilamente:
—No siempre podrás escapar de mí, yo soy aquello que niegas, yo soy tú, soy todo lo que en verdad eres. No hay un hogar cálido ni lugar tan brillante a donde no pueda seguirte, siempre estaré esperando a que cometas un error, y ahí me encontrarás de nuevo.
Desde las alturas, una melodiosa voz resonó en mis oídos, sacándome de aquel estado tan destrozado y haciéndome mirar hacia arriba.
—Pobre Ragnar, un sendero tan noble te propusiste, pero en algún punto, erraste el camino. Ya no desesperes, pues yo estoy aquí.
Una hermosa mano bañada de luz comenzó a descender de los cielos, acercándose poco a poco a mí; su gesto era gentil y sus intenciones buenas. No pude evitar tocarla.
—No temas, querido amigo mío, la tristeza es un veneno que se debe extraer del corazón; es más difícil que otros males, pero no es imposible.
Aquella dulce voz taladraba en mi cerebro, una voz que se abría paso a través de las sombras, que luchaba férreamente contra todos los demonios de mi interior; era una voz que no podía ser contenida, una voz que destruía todo mal y que, poco a poco, fue alcanzando mi alma.
—Una herida no significa la muerte, un dolor no significa que la vida está llena de dolor. Cuanto más rápido entendemos que los caminos están poblados de desafíos, más rápido aprendemos a tomar buenas decisiones y superamos cualquier adversidad.
Solo deseaba permanecer dormido, dormido hasta la muerte; no había ninguna voluntad en mis músculos, no había ganas de vivir en mi corazón. En el camino que me había propuesto para obtenerlo todo y convertirme en alguien digno, había sacrificado todo cuanto tenía. Había matado a mi padre, mi madre me odiaba, Hedda y Katsumoto me habían abandonado por mis transgresiones. Siggurd no se encontraba mejor que yo; su estado era lamentable, había vuelto a la bebida y los hongos, había recuperado su fachada de viejo loco ermitaño.
—Vuelve con nosotros, Ragnar; para bien o para mal, tú eres el jefe de este pueblo y tienes una responsabilidad para con aquellos que te sirven —le dijo Alvitr, con un cariño que podría haber ablandado el corazón más pétreo.
Abrí los ojos por fin; después de horas en compañía de Alvitr, la hermosa muchacha había tratado todas mis heridas mientras permanecía inconsciente. A pesar de la suciedad y del frío, ella me había acompañado en aquel deprimente lugar, aguardando a que volviera del abismo. A mí, el frío no parecía afectarme, pero la muchacha se encontraba tiritando a mi lado, producto de la baja temperatura de mi casa.
Me levanté rápidamente y llevé a Alvitr hacia la casa del tío Magnus, el lugar más cercano donde tenían un fuego encendido. Abrí la puerta de una patada mientras el viejo hombre se encontraba contando otra historia disparatada a los niños del pueblo. Vacié la mesa donde se encontraban muchos alimentos y puse ahí a Alvitr, quien tenía un semblante más blanco de lo normal, y la dejé recibir calor poco a poco. El tío Magnus no dijo nada, entendiendo la situación y llamando a su esposa para que preparara té caliente para los recién llegados.
Permanecí en silencio observando el fuego crepitante del hogar; no había sanado del todo, pero la voz de Alvitr me había sacado de mi abismo personal. Poco a poco, volvían mis fuerzas, impulsadas por un deseo de ayudar a otros. El rostro de la muchacha recuperaba el color; sus facciones angelicales derretían poco a poco la frialdad que reinaba en mi corazón. No recordaba lo hermosa que era; la última vez que la había visto fue cuando éramos más jóvenes, en aquel combate de iniciación contra su padre.
El recuerdo pinchó en mi corazón y sentí cómo me desangraba por dentro, pero solo fluía un veneno que se había acumulado a lo largo de los años, una frustración guardada que no tenía ningún sentido, que se había camuflado en forma de orgullo. Ahora más que nunca entendía el enorme error que había cometido y ahora más que nunca deseaba enmendarlo.
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