Capítulo X
Un verdadero rey
Todas las personas del clan se encontraban en el centro del pueblo, rodeándome. Yo tenía un mejor aspecto y me encontraba en compañía de Alvitr, que se veía radiante al lado de este joven rey. Alcé una mano, estableciendo un silencio pesado entre la muchedumbre, y procedí a hablar.
—Mis hermanos y hermanas, todos han sido testigos de mis transgresiones. A pesar de que era un duelo a muerte, traté a mi padre como un enemigo cualquiera; no dejé que un gran hombre diera una gran lucha. Él fue nuestro líder cuando nadie más podría haberlo sido. Crecí bajo su sombra y eso, en vez de inspirarme, me llenó de un rencor que no supe reconocer. Cuando me fui de aquí hace muchos años, quería convertirme en alguien digno de su propia leyenda, pero no entendía que lo que realmente deseaba era que mi padre estuviera orgulloso de mí. No quería caminar detrás de él, quería recorrer mi sendero a su lado, pero por mis errores, he renunciado a todo aquello.
La gente comenzó a lanzar murmullos, algunos en signo de aprobación y otros maldiciéndome, pero alcé la mano y retomé mi discurso.
—Ni siquiera mil vidas serían suficientes para enmendar mis errores, pero puedo utilizar esta vida para comenzar a ser una persona mejor. Todavía no soy el líder que ustedes merecen, no soy alguien digno de su propia leyenda, pero si algo tengo en mis manos, es el sueño de mi padre Ulfrick. Él soñaba con conquistar las tierras de Francia; la última conversación que tuvimos fue sobre eso, y pienso usar cada minuto de mi vida en convertir ese sueño en realidad.
Miré al cielo, intentando vislumbrar aquellos sueños que inspiraban a mi padre. Quería poder acompañarlo allá donde estaba, pero aún tenía mucho que hacer en este mundo. Miré a la muchedumbre y seguí hablando con un gesto de pena.
—No puedo pedirles nada, mis hermanos y hermanas, pues no soy digno de su ayuda, pero aun así, aquí me tienen de rodillas. Su rey les suplica su ayuda. Bríndenme sus armas, bríndenme sus sueños, y yo les prometo que los llevaré tan lejos como el horizonte se encuentra. Bríndenme sus vidas y yo les entregaré la mía por el resto de mis días.
Hincando una rodilla en el suelo, agaché la cabeza. Por primera vez en la historia, un rey se inclinaba ante su pueblo, buscando ser digno de su título y ofreciendo su vida en nombre de la gente que lo sigue.
Alcé la mirada y observé cómo la multitud se abría para dar paso a Siggurd, quien se quedó parado frente a mí, momento en el que comenzó a hablar.
—No existen malos alumnos, solo malos maestros. Te he dado un poder inimaginable y no te he enseñado cómo usarlo. Tu equivocación me trajo una vergüenza terrible, pero tus palabras me han mostrado el camino. No eres el único que tiene pecados que expiar, y si eres capaz de perdonarme, deseo poder seguir recorriendo el camino a tu lado —exclamó Siggurd mientras hincaba una rodilla en el suelo y se inclinaba ante mí.
Hedda también se abrió paso entre las personas que rodeaban al muchacho, hincó una rodilla en el suelo y dijo sonoramente:
—Los maestros no abandonan a sus alumnos cuando se equivocan, tampoco los dejan a su suerte cuando no cumplen con las expectativas. Sufren el camino con ellos y los impulsan en la dirección correcta. Déjeme acompañarlo, mi verdadero rey.
Un murmullo comenzó a dispersarse entre las personas que los rodeaban, ganando volumen conforme pasaban los segundos, hasta que toda una muchedumbre enardecida comenzó a gritar: «¡Un verdadero rey!, ¡Un verdadero rey!».
Alvitr colocó una mano en mi hombro, llenándome de un valor que ninguna otra cosa podría haberme conferido. Esto marcó un nuevo comienzo.
—Hora de marchar a Francia, señores.
***
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