Capítulo XII. El muro Sul

Capítulo XII

El muro Sul

Volvimos al pueblo envueltos en vítores; los saqueos habían terminado y habíamos tenido que construir carretas extras para poder cargar con todos los tesoros. Alvitr había vuelto a la aldea y se había encargado de sanar a todos los heridos, incluyendo a Hedda y Siggurd, quienes ya habían comenzado a recuperarse y descansaban plácidamente en la cabaña del viejo. Habían utilizado aquellos días de descanso para hablar y limar asperezas. Siggurd era buena persona, pero había sido criado de una forma problemática, sobre todo si pensabas que era la forma correcta y educabas a tus hijos de la misma manera. Hedda lo entendía y había comenzado a perdonar a su padre; ya hasta se les podía observar paseando juntos de vez en cuando.

Siggurd me habló de Björn, su hijo, el cual había fallecido hace tiempo en una de las invasiones; la espada y el escudo que me habían salvado pertenecían a él. Mi viejo maestro se avergonzaba de no haberlo entrenado mejor, por eso había sido tan exigente conmigo. Él me veía como a su propio hijo y eso lo agradecía; cada vez que nos reuníamos, terminábamos bebiendo cerveza y llorando por aquellos que ya no nos acompañaban.

Katsumoto y yo habíamos meditado juntos varios días, arreglando nuestros propios problemas. Organicé el funeral vikingo para todos los muertos durante el asedio de París, donde también incluí una pequeña barcaza que representaba a la familia de Katsumoto. Esto conmovió tanto al viejo maestro que sus ojos se llenaron de lágrimas de gratitud. Una pequeña imagen iba en aquella barcaza, la que evitaba que Katsumoto superase la muerte de su hijo; a partir de ahí, el anciano fue más alegre.

Pero aún debía resolver algo antes de enfrentar al muro Sul. Mi madre había sido cuidada por el tío Magnus, pero se encontraba muy deprimida y no hablaba con nadie. Entré al cuarto donde se encontraba acurrucada en una cama sumamente desastrosa; la madera había sido astillada en muchos puntos y podían verse marcas de uñas en algunos sitios, productos del profundo dolor padecido. Aquella mujer se había esforzado mucho por criar a un buen hombrecito. Yo había sido un niño dulce que saludaba a todo aquel que consideraba un amigo, algo muy común en aquel asentamiento, pero en algún punto había comenzado a apartarme de aquel sendero luminoso y no sabía el porqué.

—No hay palabras que me permitan devolverte a mi padre, pero te prometo que mis acciones me permitirán devolverte a aquel niño que criaste con tanto cariño —le dije a mi madre mientras la acunaba en mis brazos. Mi madre falleció un año después a causa de la tristeza; no pude hacer nada por enmendar mis errores a sus ojos. Es una pena que sigo cargando.

Pero esta historia debe terminar donde comenzó: el muro Sul yacía frente a mí. Aquella aura roja inmensa no se había debilitado; no podía imaginar cómo destruir aquella cosa, pero debía intentarlo o todo esto sería en vano. Algo comenzó a brotar de aquella piedra, una sombra que no debía estar ahí comenzó a hablar con una voz llena de espinas y veneno.

—Hola, Ragnar, estuve esperándote todo este tiempo —dijo la sombra, con un tono burlón que ya había escuchado.

—¿Quién eres tú? ¿Por qué siempre me acechas? —pregunté sin mostrar el miedo que sentía.

—Oh, muchacho, ¿nunca has visto tu reflejo en el agua? Yo soy tú, soy todo aquello que pudiste ser, aquella tristeza que escondías en tu corazón. No conocí el cariño de un padre ni su reconocimiento, no conocí el amor de una mujer ni su calor, no conocí ni el triunfo ni la gloria. Soy todos tus miedos y pesares.

Desenvainé la espada y me preparé para luchar; aquella cosa debía morir aquí y ahora, pero recordé las palabras de mi maestro: «Este muro no puede ser destruido por armas ni herramientas, debe enfrentarse con las manos desnudas».

Arrojé todo mi equipamiento, hasta que solo mis puños me separaban de aquella criatura fantasmal. La cosa imitó mi postura y una lluvia de puñetazos comenzó. Ambos teníamos las mismas habilidades, conocíamos los mismos ataques y teníamos la misma fuerza y velocidad. Finta, quiebro, puñetazo, desvío, contragolpe; toda una sucesión de movimientos ocurrió de manera vertiginosa, ninguno de los dos conseguía asestar al otro. En un descuido, la sombra impactó un golpe en mi rostro, lo que consiguió dejarme aturdido por unos segundos, lo suficiente para que el Ragnar sombrío impactara una patada de lleno en el estómago.

—Ni siquiera tú en todo tu esplendor puedes competir contra la peor versión de ti, qué lamentable, eres una desgracia andante —dijo mi sombra.

Unas manos fantasmales se posaron en mi espalda, eran las de mi padre. Me puso sus manos en los hombros, sonrosado por el alcohol, preguntándome qué es lo que veía en el fuego.

Unas risas flotaron en el aire; el tío Magnus contaba una de sus muchas historias tontas.

Siggurd y yo admirábamos el sol acostados en el pasto después del entrenamiento.

Katsumoto y yo entrenábamos bajo la cascada, sonriendo mientras soportábamos todo el peso del agua.

Hedda se reía de mí mientras yo me sonrojaba al ver sus pechos mientras nos bañábamos en las aguas termales.

Un torrente de felicidad inundó mi cuerpo; siendo consciente de todas las cosas buenas que he vivido, esas cosas me pusieron en pie, para desagrado de aquella sombra que solo pretendía llevarme al abismo. Todos aquellos recuerdos me llenaron de un poder inmenso; la sombra comenzó a lanzar golpe tras golpe, patada tras patada, pero ningún impacto conseguía hacerme daño. Comenzó a retroceder de miedo.

Lancé un golpe que, misteriosamente, eliminó una parte de la oscuridad que cubría a aquella entidad. Pude vislumbrar unos pequeños rasgos ocultos bajo la oscuridad. Determinado a destruir las sombras que vivían en mi corazón, lancé un torrente de puñetazos que comenzaron a impactar en mi enemigo. Cada golpe borraba poco a poco las sombras que envolvían al ser, hasta que no quedó más que un niño pequeño, sollozando por no ser lo suficientemente bueno. El pequeño Ragnar lloraba profusamente, pues no había nadie que lo escuchara, no había nadie que lo viera, se encontraba solo.

Me acerqué lentamente y lo abracé; sus lágrimas corrieron por mis manos, me abrazaba fuertemente como si nunca hubiese conocido el cariño, pero ahora todo estaba bien.

Me desperté de golpe; aparentemente, me había desmayado, pero Alvitr me había encontrado frente al muro Sul. No parecía haber transcurrido el tiempo, pero algo había cambiado; aquel monolito indestructible ya no estaba, solo había una inmensa cueva que avanzaba hacia lo profundo de la colina.

Alvitr y yo comenzamos a adentrarnos en la oscuridad cuando…

—¡Padre! Es hora —exclamó Sigfried desde fuera del hogar.

Mis manos comenzaban a dolerme a causa del frío, a pesar de encontrarme al lado de la chimenea, donde suelo escribir mis memorias; ya no soy el jovenzuelo indestructible que comenzó con esta historia, el peso de mis responsabilidades me ha ido convirtiendo en un viejo bastante gruñón, pero amo a mi esposa y a mi hijo Sigfried. Mi vida ha sido tan buena como puede ser, pero es hora de que comience mi camino al Valhalla.

Un cuerno ceremonial comenzó a sonar en algún punto de la aldea, convocando a los guerreros al centro de la arena.

Al salir, una tormenta que apenas empieza me recibe con unas pequeñas gotas en el rostro.

El círculo de fuego que rodea la arena se ha apagado, en el centro solo quedamos dos hombres viéndonos fijamente.

—¿Estás listo, pequeño Sigfried?

***

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